A lo largo de nuestra historia hemos tenido fechas que por razones de diversa índole se han quedado grabadas en el calendario. El 9 de noviembre de 1989 fue una de ellas. Precisamente, tal día, cayó el muro de Berlín, y con él los 155 kilómetros de hormigón y alambre que se encargaban de separar, no solo la capital alemana, sino también las ideologías y lo más importante: las personas.
La República Democrática Alemana comenzó a levantar la barrera en 1961, todo ello con la intención de impedir la continua fuga de personas que abandonaban la Alemania oriental para llegar a Berlín occidental, la cual estaba controlada por los tres bandos aliados: Estados Unidos, Francia e Inglaterra.
El muro de Berlín se mantuvo en pie 28 años, tiempo suficiente para despertar la agonía de aquellas personas forzadas a vivir en una zona con unas determinadas ideologías políticas independientemente de si simpatizaban o no con ellas.
Años después, Berlín continúa en proceso de cicatrización. Lo hace a un ritmo lento, pero esa es la consecuencia de las heridas que sufrió tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy la capital alemana es una ciudad de contrastes, y lo que un día fue sinónimo de restricción hoy adquiere el significado de libertad.